En este país de locos, donde todos tienen testiculos, pero nadie tiene cojones. Este país desnutrido y deshidratado, donde lo importante es quien lo hace y no lo que se hace, donde no importa si está bien o mal, sólo criticar a quien lo hizo. Este país de locos, donde no nos matamos por religiones o por creencias, nos matamos por un par de zapatos, importados, claro. En este país de locos, porque todos estamos locos, hay niños que no saben quien es Bush pero se limpian el culo con su cara impresa en un periódico. En este país de locos, donde si tienes dinero, es lo mismo que tener miedo. Y nos seguimos ahogando en tercermundismo, en chavismo, en oposición, en discursos baratos de los dos bandos, en ignorancia, en rabia, en información, en demasiadas verdades para un solo día, y en pocas mentiras, porque ya nadie dice mentiras en este país. Porque entre cejones, socialistas y jodedores este sigue siendo un país de locos.
La Leyenda del colibrí de Gastón Figueira (Uruguayo) Flor – una hermosa india de grandes ojos negros – amaba a un joven indio llamado Agil. Éste pertenecía a una tribu enemiga y, por tanto, sólo podían verse a escondidas. Al atardecer, cuando el sol en el horizonte arde como una inmensa ascua, los dos novios se reunían en un pequeño bosque, junto a un arroyo juguetón, que ponía un reflejo plateado en la penumbra verde. Los dos jóvenes podían verse sólo unos minutos, pues de lo contrario despertarían las sospechas de la tribu de Flor. Una amiga de ésta – una amiga fea, odiosa – descubrió un día el secreto de la joven y se apresuró a comunicárselo al jefe de la tribu. Y Flor no pudo ver más a Agil. La Luna, que conocía la pena del indio enamorado, le dijo una noche: - Ayer vi a Flor que lloraba amargamente, pues la quieren hacer casar con un indio de su tribu. Desesperada pedía a Tupá que le quitara la vida, que hiciera cualquier cosa con tal de librarla de aquella boda terrible. Tupá oy...
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muaaa muaaa muaaa (L)
charoline.