Se pueden decir tantas cosas que no se dijeron antes. Se pueden decir fechas, horas, personas, citas, reuniones... Se puede nombrar un sin fin de lugares en los que ya no estas. En lo que nos apareces. En los que ya no existes.
Pero sigues siendo tu quien nos jode todo.
De una señora que se acerca a otra, y le pregunta por su vida. Por lo que hace. Pr lo que le gusta. Y las respuestas siempre fueron las mismas. Buscar respuestas sin preguntas es muy difícil.
Sigue girando todo. Agarrando color mierda.
No se que sentir. No se que pensar. Hasta creí que se me subió la tensión. Me niego a creer que envejezco. Y que esto es la vida. Como si la viera desde afuera y no lo pudiera creer. El locus de control externo. Jodida clase de deontología.
Ya no se a quien echarle la culpa para no sentirme mal conmigo misma.
La Leyenda del colibrí de Gastón Figueira (Uruguayo) Flor – una hermosa india de grandes ojos negros – amaba a un joven indio llamado Agil. Éste pertenecía a una tribu enemiga y, por tanto, sólo podían verse a escondidas. Al atardecer, cuando el sol en el horizonte arde como una inmensa ascua, los dos novios se reunían en un pequeño bosque, junto a un arroyo juguetón, que ponía un reflejo plateado en la penumbra verde. Los dos jóvenes podían verse sólo unos minutos, pues de lo contrario despertarían las sospechas de la tribu de Flor. Una amiga de ésta – una amiga fea, odiosa – descubrió un día el secreto de la joven y se apresuró a comunicárselo al jefe de la tribu. Y Flor no pudo ver más a Agil. La Luna, que conocía la pena del indio enamorado, le dijo una noche: - Ayer vi a Flor que lloraba amargamente, pues la quieren hacer casar con un indio de su tribu. Desesperada pedía a Tupá que le quitara la vida, que hiciera cualquier cosa con tal de librarla de aquella boda terrible. Tupá oy...
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