Esparciste sobre mi tu gracia divina, esparciste tu aroma caliente a café, me incorporé a tu cuerpo como la leche al pan y sembré en ti un panal de miel de mi nostalgia, soñé alguna vez que te vería caminar a mi lado, soñé también recostarme en tu regazo y columpiarme en ti como se balancea el aire entre las ramas, soñé beberme tu aliento noche tras noche soñé con tu piel, y desperté exhausta de pasión inconclusa. Cuando por fin saboreé tu néctar eterno sentí tu luz penetrar mis abismos y tu oscuridad llenar los rincones…
La Leyenda del colibrí de Gastón Figueira (Uruguayo) Flor – una hermosa india de grandes ojos negros – amaba a un joven indio llamado Agil. Éste pertenecía a una tribu enemiga y, por tanto, sólo podían verse a escondidas. Al atardecer, cuando el sol en el horizonte arde como una inmensa ascua, los dos novios se reunían en un pequeño bosque, junto a un arroyo juguetón, que ponía un reflejo plateado en la penumbra verde. Los dos jóvenes podían verse sólo unos minutos, pues de lo contrario despertarían las sospechas de la tribu de Flor. Una amiga de ésta – una amiga fea, odiosa – descubrió un día el secreto de la joven y se apresuró a comunicárselo al jefe de la tribu. Y Flor no pudo ver más a Agil. La Luna, que conocía la pena del indio enamorado, le dijo una noche: - Ayer vi a Flor que lloraba amargamente, pues la quieren hacer casar con un indio de su tribu. Desesperada pedía a Tupá que le quitara la vida, que hiciera cualquier cosa con tal de librarla de aquella boda terrible. Tupá oy...
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