Somos almas encerradas en cuerpos. Al morir nuestras almas siguen su camino tomando otro cuerpo, olvidando las historias, los dolores, las alegrías de ese viejo disfraz que ahora es otro. Olvidamos lo que aprendimos y nos preparamos para volver aprender. ¿Quien sabe? Quizás muy dentro de nosotros llevamos un conocimiento milenario, quizás solo dentro de nosotros están las respuestas que buscamos, esas que a veces buscamos erróneamente en los cuerpos de otras almas. Algunos cuerpos vienen a aprender lo que no pudo aprender su alma en otro cuerpo. Y así lamentamos el dolor que nos agobia, en esta vida nadie se merece cosas malas, simplemente son lecciones que nos empeñamos en no aprender y entonces es cuando seguimos “padeciendo” una misma lección, cuando tomamos lo mejor de los errores es cuando podemos superarlos.
La Leyenda del colibrí de Gastón Figueira (Uruguayo) Flor – una hermosa india de grandes ojos negros – amaba a un joven indio llamado Agil. Éste pertenecía a una tribu enemiga y, por tanto, sólo podían verse a escondidas. Al atardecer, cuando el sol en el horizonte arde como una inmensa ascua, los dos novios se reunían en un pequeño bosque, junto a un arroyo juguetón, que ponía un reflejo plateado en la penumbra verde. Los dos jóvenes podían verse sólo unos minutos, pues de lo contrario despertarían las sospechas de la tribu de Flor. Una amiga de ésta – una amiga fea, odiosa – descubrió un día el secreto de la joven y se apresuró a comunicárselo al jefe de la tribu. Y Flor no pudo ver más a Agil. La Luna, que conocía la pena del indio enamorado, le dijo una noche: - Ayer vi a Flor que lloraba amargamente, pues la quieren hacer casar con un indio de su tribu. Desesperada pedía a Tupá que le quitara la vida, que hiciera cualquier cosa con tal de librarla de aquella boda terrible. Tupá oy...
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