Sexo para dos.

El sexo con él no fue el mejor, pero si el más divertido. Recuerdo que solía cargarme por la habitación, tropezábamos, nos caíamos y continuábamos, risas y deseo. No éramos los más hábiles pero definitivamente algunas posiciones eran dignas de acróbatas. No todo el sexo fue bueno, hubo altos y bajos, pero siempre teníamos ganas. Tuvimos sexo en cada lugar posible, no teníamos pudor, no teníamos pena, no existía la vergüenza, sólo la adrenalina. Mientras nos besábamos se apagaban las luces, nos desvestíamos y se cerraban las puertas, todo el mundo alrededor desaparecía, se volvían cómplices y observadores, o eso nos gustaba creer. Recuerdo que me penetraba con sus ojos, y así se llega más allá del clítoris, el verdadero punto G. Su lengua se paseo por cada esquina, por cada escondite, por todos los lugares oscuros... me descubrió con los dedos. Hicimos el amor un par de veces, pero lo verdaderamente memorable, era el sexo.


El sexo con ella no fue el mejor, pero si el más estimulante. Recuerdo como se posaba su cabello sobre su espalda. Entraba y ella volteaba a verme, sin decir una palabra transmitía todas las ganas que tenía. No existía el cansancio, se desvanecía con alguna jugarreta para levantarme el ánimo. A veces yacía sobre el sofá y bastaba que se apareciese su encaje negro y sus nalgas con forma de corazón invertido para olvidar el sueño, la desidia. No podíamos dejar de tocarnos, en los lugares más inapropiados, en los momentos más inoportunos. Nunca dijo no, y eso lo hacía una experiencia. Cada cosa en ella era nueva, cada centímetro de su piel era indómito, yo fui el primero en escuchar cada gemido, en ver cada gesto, en presenciar su espalda arquearse, la liberé y ella me liberó. Hicimos el amor un par de veces, pero el sexo, el sexo todavía lo hacemos, en mi mente, la poseo cuando quiero.