El cuernudo, el infame y la maestra
- No puedo seguir con esto, se acabó
- Solo quiero una última vez contigo…
- No, no puedo, el remordimiento no me deja en paz
- Será la última vez, ni siquiera tenemos que salir del carro. (elevando su cadera y desabrochando su pantalón, le dio esa mirada de perrito a medio morir)
- Si lo hago, me juras que no me vuelves a buscar?
- Si, lo juro, lo juro
En una calle cercana iba a toda velocidad el esposo cuernudo de la susodicha en el carro, una llamada le había previsto del encuentro, en el camino solo pensaba en todas las formas en las que podía destrozar al infame que estaba con su esposa, aunque lo sospechaba desde hace unas malas caricias atrás, no podía dejar de pedir que fuese una simple llamada molestando, o simplemente no encontrarla en la posición en la que se la imaginaba. Estaba divido en mitad, una parte prefería seguir con el engaño a enfrentarse con la cruda verdad, la otra estaba decida a terminar con todo, entregarse a la locura, cortar las cabezas que tuviese que cortar…
Iba con las luces apagadas, en beneficio del efecto sorpresa, en el estacionamiento del colegio donde trabajaba la susodicha como maestra, estaba el auto que le habían descrito, como él se lo imaginaba, con los vidrios empañados, al encender las luces se asomo culpable la cara de la maestra, con la boca brillante por el intercambio de fluidos, y los ojos rojos por la acertada sorpresa, el infame todavía no había caído en cuenta, así seria la mamada que todavía se encontraba en éxtasis, para cuando el infame recupero la conciencia, estaba en la habitación de un hospital.
El cuernudo al ver la cara de su esposa, de su asquerosa esposa, no se controlo, arranco a toda marcha contra el carro de vidrios empañados enviándolos al otro lado de la cera.
La esposa al ver a su marido arremeter a toda velocidad hundió su cabeza colocándola en el mismo lugar del delito, y con el mismo trozo de carne en la boca que tanto placer le daba al infame.
El camillero homosexual y la enfermera chismoseaban a las afueras de la habitación del infame:
- Oye, pero le habrá dolido mucho?
- Ay mi vida! Que si le habrá dolido?? A mi me lo quitaron con anestesia, no me quiero imaginar el dolor si hubiese sido de una mordida…pobre hombre!
- No puedo seguir con esto, se acabó
- Solo quiero una última vez contigo…
- No, no puedo, el remordimiento no me deja en paz
- Será la última vez, ni siquiera tenemos que salir del carro. (elevando su cadera y desabrochando su pantalón, le dio esa mirada de perrito a medio morir)
- Si lo hago, me juras que no me vuelves a buscar?
- Si, lo juro, lo juro
En una calle cercana iba a toda velocidad el esposo cuernudo de la susodicha en el carro, una llamada le había previsto del encuentro, en el camino solo pensaba en todas las formas en las que podía destrozar al infame que estaba con su esposa, aunque lo sospechaba desde hace unas malas caricias atrás, no podía dejar de pedir que fuese una simple llamada molestando, o simplemente no encontrarla en la posición en la que se la imaginaba. Estaba divido en mitad, una parte prefería seguir con el engaño a enfrentarse con la cruda verdad, la otra estaba decida a terminar con todo, entregarse a la locura, cortar las cabezas que tuviese que cortar…
Iba con las luces apagadas, en beneficio del efecto sorpresa, en el estacionamiento del colegio donde trabajaba la susodicha como maestra, estaba el auto que le habían descrito, como él se lo imaginaba, con los vidrios empañados, al encender las luces se asomo culpable la cara de la maestra, con la boca brillante por el intercambio de fluidos, y los ojos rojos por la acertada sorpresa, el infame todavía no había caído en cuenta, así seria la mamada que todavía se encontraba en éxtasis, para cuando el infame recupero la conciencia, estaba en la habitación de un hospital.
El cuernudo al ver la cara de su esposa, de su asquerosa esposa, no se controlo, arranco a toda marcha contra el carro de vidrios empañados enviándolos al otro lado de la cera.
La esposa al ver a su marido arremeter a toda velocidad hundió su cabeza colocándola en el mismo lugar del delito, y con el mismo trozo de carne en la boca que tanto placer le daba al infame.
El camillero homosexual y la enfermera chismoseaban a las afueras de la habitación del infame:
- Oye, pero le habrá dolido mucho?
- Ay mi vida! Que si le habrá dolido?? A mi me lo quitaron con anestesia, no me quiero imaginar el dolor si hubiese sido de una mordida…pobre hombre!
Comentarios
rockandron.com
Muchas veces -la gran mayoria- he llegado a pensar, otras a creer y algunas más a asegurar, que el sentido de pertenencia es principio de muchos, muchos y graves malos entendidos. ¿y esto a qué viene? No lo sé, apenas comienzo a sanar...
Soy Efe, pero esta máquina no me deja registrarme como tal.